Chapultepec, voz de la lengua náhuatl: “tepetl” – cerro, y, “chapulín”
– saltamontes; es el cuerpo en el que se asienta el Castillo, que ha sido
escenario de grandes acontecimientos que han forjado la historia de nuestro
país.
Quizás, fue nombrado así por la abundancia de saltamontes en sus
parajes, o, tal vez, porque a la distancia, el perfil del cerro asemeja la
forma de una langosta.
En la época prehispánica sirvió de morada a los toltecas y mexicas,
pues la formación de manantiales al pie del cerro, permitió que el lugar fuera
utilizado como sitio de veneración. El chapulín fue además símbolo de nobleza.
Pequeños saltamontes de oro, adornaban los penachos de los gobernantes aztecas.
En el siglo XVII, el entonces virrey Bernardo de Gálvez inició en la
cima del cerro la construcción del que después sería el Castillo de Chapultepec,
pero falleció antes de ver construido su palacio.
Apenas declarada la independencia el viejo y derruido palacio fue
reconstruido y acondicionado para establecer en 1843 el Colegio Militar. El
Castillo de Chapultepec fue escenario de uno de los capítulos más emblemáticos
en la historia de México: la batalla final de la guerra entre México y Estados
Unidos, cuando las tropas de este último, asaltaron el Castillo el 27 de agosto
de 1847.
Durante el Segundo Imperio Mexicano, el castillo fue habitado por los
emperadores Maximiliano y Carlota. Esta residencia imperial fue decorada con
muebles de fabricación europea, así como con retratos, esculturas, tapices,
alfombras, y ornamentos; muchos de los cuales se conservan hasta nuestros días.
"Construir castillos con terrazas ajardinadas", ésta fue la
definición de felicidad que Maximiliano expresó en alguna ocasión. El jardín se
instaló alrededor del torreón bordeado por corredores con techos ligeros sostenidos
sobre columnas de hierro.
Las Bacantes, sacerdotisas de Baco, adornan las terrazas superiores.
Son figuras femeninas al estilo pompeyano, fueron realizadas en 1866 a
solicitud de Maximiliano, dan el tono romántico con en que quiso envolver al alcázar
de un ambiente cortesano.
El castillo se comunicaba con la Ciudad de México a través de la
Calzada de Chapultepec y la Calzada de la Verónica. Para agilizar el traslado,
se construyó el Paseo del Emperador, que iniciaba en la entrada del bosque, y remataba
en la glorieta del monumento conocido como El Caballito. El Paseo del
Emperador, fue nombrado Paseo de la Reforma después de la caída del Imperio; y
hacia 1875, el presidente Lerdo de Tejada, lo mandó adornar con árboles,
glorietas y bancas.
Tras la llegada de Porfirio Díaz al gobierno en 1876, y durante su
largo gobierno, el alcázar se acondicionó para ser la residencia oficial del
Presidente por aproximadamente medio siglo.
Los salones recibieron en varias ocasiones a los diplomáticos de otras
naciones, donde gozaban de la hospitalidad de la familia presidencial. Entre
éstos destaca el salón de embajadores, el cual fue decorado con elementos
neoclásicos. El mobiliario estilo Luis XVI procede de Francia, y fue lugar de
recepciones ofrecidas por la familia presidencial a diplomáticos.
Digno de mencionarse es también el salón de vitrales, los cuales
fueron fabricados en París y colocados en el corredor oriente del alcázar hacia
1900. Cada uno representa figuras mitológicas: Pompona (Diosa de las cosechas),
Flora (representante de la belleza y las flores que abren en Primavera), Hebe (portadora
del néctar divino que otorga la eterna juventud), Diana (Diosa de la caza y la
fertilidad) y Ceres (Diosa de la agricultura).
Finalmente en 1939, el general Lázaro Cárdenas, donó el castillo al
pueblo mexicano, y lo destinó para que funcionara como museo. Desde entonces,
el Castillo de Chapultepec, y las colecciones que en él se conservan,
investigan, exhiben y difunden, forman parte del patrimonio histórico y
cultural de la nación, ya que actualmente es la sede del Museo Nacional de
Historia.